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La soja sigue operando como un instrumento de reserva de valor ante la creciente inestabilidad monetaria, económica y también política presente en la Argentina.

Al 17 de agosto pasado, los productores argentinos –según los últimos datos oficiales– habían vendido 22,3 millones de toneladas de soja 2021/22, una cifra que representa un 50,9% de la cosecha estimada por el Ministerio de Agricultura (44,0 millones de toneladas).

Se trata de la cifra más baja del último lustro (sin considerar la situación excepcional ocurrida en la sequía 2017/18), lo que muestra claramente que la voluntad de venta de soja se encuentra limitada por el panorama incierto tanto a nivel local como internacional.

En términos porcentuales, las ventas de soja a la fecha tienen un retraso de 9,1 puntos respecto de la situación promedio de los últimos cuatro años comparables (sin considerar el caso del ciclo 2017/18).

En el presente ciclo 2021/22 los productores argentinos priorizaron la venta de maíz –un producto intervenido por el gobierno por medio de cupos de exportación–, dado que al 17 de agosto pasado se habían comercializado 36,5 millones de toneladas del cereal, una cifra equivalente al 61,9% de la cosecha estimada.

A diferencia de lo que ocurre con la soja, en el caso del maíz las ventas son superiores en casi cinco puntos respecto del promedio de las últimas cuatro campañas comparables, lo que muestra que la mayor parte de los productores está buscando liquidez a través de las ventas del cereal.

La explicación de tal fenómeno es muy sencilla. El maíz es un “moneda mala” porque, como la exportación del producto está regulada por el gobierno nacional a través de cupos, su valor interno está desconectado de las referencias internacionales.

No es el caso de la soja, que cumple funciones de una “moneda solida”, dado que, al no tener restricción alguna de exportación, tiene un valor que refleja con bastante nitidez el balance de oferta y demanda de la oleaginosa.

Si bien hace semanas que funcionarios del gobierno nacional vienen insistiendo con la necesidad de mayores ventas de soja para recomponer las (inexistentes) reservas netas del Banco Central (BCRA), la realidad es que, al ponderar la situación comercial de la soja con la del maíz, no es tan significativo el retraso de la venta de ambos granos gruesos.

El verdadero drama es la falta de mercadería generada por restricciones hídricas provocadas por dos años consecutivos de una fase “Niña” que recortó la cosecha lograda de soja tanto en 2021 como en el presente año.

Sin ese condicionante climático, se habría logrado una cosecha del orden de 49 a 50 millones de toneladas de soja y muy seguramente, aun con retención de mercadería por parte de los productores, el volumen comercializado a la fecha sería suficiente para abastecer las necesidades (bulímicas) del BCRA.

Es decir: las reservas internacionales del BCRA no están en la tierra, sino en el cielo, pues dependen de las oportunas lluvias primaverales y estivales para que puedan tomar forma en el territorio argentino.

Pero el año pasado la cosecha de soja fue de 46 millones de toneladas y este año de apenas 44 millones de toneladas. ¿La mala noticia? Nos encaminamos hacia una tercera fase “Niña” consecutiva. Para tener en cuenta.