Con una medida fiscal, la primera ministra de ese país busca generar una nueva competitividad a mediano plazo para esta agroindustria de su país, que lidera las exportaciones mundiales.
Vale la pena seguir mostrando algunas cosas que pasan allá afuera de nuestro ombligo. Pero presiento que más pronto que tarde van a poner el telón de fondo de la actividad agroindustrial. El que avisa no traiciona.
El agro está, desde hace tiempo, bajo el bombardeo de las huestes ambientalistas. Han encontrado un blanco ideal, porque la producción de alimentos es un ámbito ideal para despertar y desatar emociones fáciles. Viene de hace lejos. Y la realidad es que los autopercibidos “ecologistas” le han llenado la cara de dedos a los agricultores de todo el mundo.
Pero frente a este escenario, lo peor que puede hacer el sector, en defensa propia, es tildar de “comunista” a cualquiera que se sube a las dudas ambientales. Porque te cuento una cosa: no toda la agricultura del mundo se está haciendo como se debe. “Como se debe” es un concepto amplio y tiene relación con el estado del arte. Es decir, con los avances tecnológicos, que siempre brindan soluciones a los problemas que van surgiendo. Mal que mal, la humanidad resolvió el dilema maltusiano. Hay comida y punto. Pero…
Concretamente: la agricultura europea es un desastre ambiental. Paradójicamente, es desde la (re) Vieja Europa de donde vienen los embates ambientales. Tienden a medir con la misma vara a todos los que producen comida, sin recalar en la profunda transformación que se ha operado en las últimas décadas, con la llegada de nuevas tecnologías. Los mal intencionados saben que es precisamente esto, la tecnología, lo que destruye sus argumentos. Entonces pasan rápidamente a la tecnofobia. Lo que quieren no es mejorar el medio ambiente, sino “destruir el sistema”. Son los mismos energúmenos que tiran pintura a un cuadro de girasoles de Van Gogh en un museo de Londres, o queman un ensayo de variedades mejoradas en nombre de Frankestein.
Pero no metamos todo en la misma bolsa. He leído reacciones exasperantes frente a la iniciativa del gobierno de Nueva Zelanda, de aplicar un impuesto a las emisiones de sus vacas lecheras. Conviene recordar que NZ es el mayor exportador de lácteos del mundo, así que la medida no es moco de pavo. Hubo reacción de las organizaciones ganaderas del país, obviamente, y se ha desatado el debate, que tuvo alguna repercusión en la Argentina, donde la lechería neocelandesa es seguida con mucho interés y ha impregnado buena parte de nuestra propia vía láctea.
La primera ministra de NZ, Jacinda Ardern, pertenece al partido laborista y reivindica posiciones “progres”. Logró el apoyo del Partido Verde y el Partido Nueva Zelanda Primero, con lo que ha consolidado un poder enorme. Ganó las elecciones en 2020 y obtuvo la mayoría en el Parlamento. Consecuencia: la iniciativa de un “carbon tax” a las vacas es una burbuja que empezó a correr por la cañería.
¿Cuál es el fundamento de este impuesto? Aquí viene lo esencial. Ardern se graduó en la Universidad de Waikato, corazón lechero de la isla norte de Nueva Zelanda. No desconoce la actividad, y su formación académica la lleva a buscar el fundamento científico de la cuestión, y no a una simple respuesta por conveniencia política. Ella y sus partidarios creen que tomando el toro por las astas, van a generar nueva competitividad para la industria neocelandesa a mediano plazo.
La intención del gobierno de NZ es adelantarse a los sucesos y estimular un cambio. Entran en juego las deyecciones animales, que en el modelo pastoril típico de las verdes praderas de raigrás y trébol, con alta carga, terminan percolando a las napas o escurren por los cursos de agua. Las mismas deyecciones producen emisión de óxido nitroso, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2. Y por supuesto, la inefable cuestión del metano.
Todas estas externalidades negativas de la principal fuente de ingresos de NZ se pueden atenuar, o incluso eliminar. La mayor empresa tambera del país, Van Leeuwen Dairy Group, venderá 14 granjas en 6.350 hectáreas a New Zealand Rural Land Company (NZRLC). Pero no se retirará del negocio, sino que está construyendo un complejo de establos que le permitirá matar varios pájaros de un tiro: aumento de la producción individual con menores emisiones de metano, y eliminación del problema de los efluentes, valorizándolos en biodigestores. No más óxido nitroso, no más nitrógeno y fósforo a las napas o fluyendo por los arroyos.
No es la única receta, pero es probable que estos modelos se activen a partir de la nueva legislación.
El meridiano de la sustentabilidad atraviesa todo el planeta. Y aparecen iniciativas que cierran el círculo. Por ejemplo, la verificación de prácticas sustentables se ha vuelto un factor clave en las industrias, para lograr la competitividad y una mayor rentabilidad. Hay que estar preparados no solo para hacerlo y parecerlo, sino “con papeles”. Ya hay varias empresas, en la Argentina, que han emprendido este sendero. Son los pioneros de algo que se viene de manera inexorable. Podemos seguir protestando contra Gretha y sus secuaces, pero habrá que tener a mano un manual de ciencia sana y una buena certificadora. Insisto, el que avisa no traiciona.