La agenda ambiental no es una amenaza, sino una gran oportunidad para la Argentina.Hoy ya no hay sobrestocks de granos, porque aumentó la demanda.
La producción de etanol y biodiésel generó un eje más para agregarle valor a los granos y suma sustentabilidad a la ecuación del transporte.
Vale la pena polemizar con quienes ven el avance de la agenda ambiental como algo negativo para el agro argentino. Lo que perciben como amenaza, es en general una enorme oportunidad.
Es más: si algo ha servido para mejorar los precios agrícolas es precisamente la irrupción de la bioenergía como herramienta para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Es la bioeconomía, estúpido.
Recuerdo un viaje de hace casi cuarenta años. Más precisamente, en 1986. Fuimos a Alemania con un grupo de fabricantes de maquinaria agrícola, invitados por el recordado Piero Venturi, un industrial de origen italiano que lideraba la provisión de componentes hidráulicos.
Como parte de la intensa recorrida, visitamos la universidad de Braunschweig. Allí, un grupo de investigadores nos mostraron un vaso Erlenmeyer lleno con un líquido que parecía aceite, pero mucho más fluido. Contaron que era un combustible obtenido del aceite vegetal. Con el tiempo, me di cuenta que había asistido al nacimiento del biodiesel, fruto de la transestirificación del aceite vegetal. En este caso, de colza, el aceite más importante en la Vieja Europa.
El proceso consistía en sustituir la molécula del glicerol, que es la que le otorga viscosidad al aceite, por metanol, el alcohol más elemental, con solo una molécula de carbono. Así, se lograba que el aceite pudiera fluir en los motores ciclo Otto, comportándose como un combustible comparable al gasoil. Y con mucha mejor curva de destilación, una ventaja tecnológica apreciable.
Pero lo realmente importante es que habría, definitivamente, el camino para un combustible diesel renovable. Todavía no se hablaba de “huella de carbono” ni calentamiento global. El paradigma, en aquellos años, era que el petróleo se estaba terminando. Y que lo tenía “el enemigo”.
Cinco años después fui al SIMA de París y me topé con el “Diester”. Era un gasoil cortado con 30% de biodiesel. Se había desarrollado en un convenio entre el Instituto Francés del Petróleo y la Sofiproteol, el brazo financiero y comercial de la cadena de oleaginosas de Francia. En aquellos tiempos el agro padecía el impacto de los excedentes, generados por los inmensos subsidios a la producción. Enormes volúmenes de granos se volcaban al mercado mundial, derrumbando los precios. Una lacra que no se detendría con el final de la Ronda Uruguay del GATT y la creación de la Organización Mundial del Comercio.
La solución no era solamente desmantelar los subsidios y el proteccionismo, sino la irrupción de nueva demanda. Y esto estaba sucediendo. En los Estados Unidos, a partir de la Ley de Aire Limpio (Clean Air Act), se había dado un paso decisivo. Tampoco en este caso el tema era la reducción de emisiones de gases de efecto invenadero (CO2), sino la sustitución del plomo por otros oxigenantes. Apareció el ETBE, pero tuvo corta vida porque era cancerígeno. La gran alternativa fue el etanol, obtenido a partir del maíz.
“Ponga un choclo en su tanque”, escribí en 1992, al volver del Farm Progress Show, y tras visitar la mega planta de ADM en Decatur. Y con lo del Diester, insistí con el título: “Ponga un poroto en su tanque”. Producíamos solo 10 millones de toneladas de soja. Y parecía que no habría demanda para mucho más. El mundo estaba complicado con los excedentes.
La irrupción de China en el escenario mundial, como gran aspiradora de recursos agrícolas, en particular proteínas vegetales y animales, completó el panorama. Hoy el mundo es diferente. Hay demanda.
Te la hago corta. Ahora el etanol, el principal biocombustible del mundo, se lleva el 40% de la producción de maíz de los Estados Unidos. Más de cien refinerías fermentan el almidón renovable del endosperma del grano y lo destilan, para mezclarlo al 15% con la nafta. El co-producto de los granos destilados (DGS) transformó la producción de carne y leche. Los tambos y feedlots más competitivos son los cercanos a las plantas de etanol.
Lo mismo está pasando con el aceite. Pronto, la mitad de todo el aceite de palma (el más abundante en el mundo) se destinará a biodiesel. Y con la llegada del biodiesel HVO, que se obtiene hidrogenando el aceite y sometiéndolo a un craqueo muy parecido a la refinación del petróleo, pronto pasará lo mismo con el aceite de soja.
Todavía resuena el viejo dilema “alimento vs. energía”. Los europeos quieren limitar el uso de aceite comestible como combustible, para evitar el impacto en los precios. Una mirada miope, porque el mejor remedio para los altos precios, son los altos precios. Son los que permiten incrementar la producción, sacando de la pobreza a millones de pequeños agricultores en todo el mundo.
Y en el caso de Argentina, la salud macroeconómica está estrechamente ligada a los precios agrícolas. Imaginemos qué sería de este país si el mundo abandonara la bioenergía. Por suerte, todo indica que –lejos de detenerse—se están dando pasos decisivos para avanzar en este sendero. Aparecen nuevas alternativas, como las brassicas (Colza, Carinata, Camelina) que van a sumar lo suyo. Aquí empezamos a recorrer el camino, tanto con biodiesel como con etanol. No ha sido fácil, pero estamos.