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Organizaron una jornada para analizar la situación y concientizar sobre la importancia de no roturar el suelo. En algunas zonas, ya se laborea el 30% de las tierras.

En los útlimos tiempos, quienes transitan las rutas y caminos rurales argentinos vienen observando, con frecuencia, el movimiento de tierras en los lotes agrícolas. Los que abandonan la siembra directa (SD) y deciden hacer remoción del suelo, normalmente argumentan que es una solución transitoria frente a la dificultad de controlar las malezas. Si bien el reciente Relevamiento de Tecnología Agrícola Aplicada (Retaa) de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, muestra un “repunte” del área bajo SD, que pasó del 89% en 20/21 al 90% en 21/22, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) advierte sobre los riesgos de un posible avance de las labranzas. De hecho, el mismo informe revela que mientras en algunas zonas, el área en directa llega al 98%, en otras apenas araña el 70%.

Por eso, Aapresid Joven lideró el pasado 29 de septiembre un encuentro en el que se propuso volver a las raíces de la Siembra Directa como modelo indiscutido para producir más de forma sustentable. Eligieron hacerlo en Leones, la cuna de la SD, junto a pioneros de la Institución como los Romagnoli y los Fogante.

Del mismo participaron 110 asistentes, en su mayoría jóvenes de instituciones como ACA joven, Juventud CONINAGRO, FADA Joven, Ateneo CRA , Ateneo Soc Rural y Maizar Joven. “Frente al aumento de las labranzas nos parece importante remarcar la visión de sistema, no quedarnos sólo con la “no remoción de suelo”. Es la única forma de entender por qué la SD sigue siendo el camino”, dijo Agustin Torriglia, líder de Aapresid Joven.

El encuentro también contó con la presencia de Germán Font, director general de Agencias Zonales y Desarrollo Territorial del Ministerio de Agricultura y Ganadería de la provincia de Córdoba, quién presentó el Programa de Buenas Prácticas Agropecuarias.

Recorrido

“En los 70’, 80’ e incluso los 90’, era común ver voladuras de suelos y cárcavas, por donde el agua se iba a las cunetas, desbordaba y cortaba los caminos”, repasó el presidente honorario de Aapresid Jorge Romagnoli. Este contexto movilizó a los pioneros en Siembra Directa a avanzar en la dirección de evitar la erosión y ser eficientes en el uso del agua.

En ese momento surgieron dos problemas: cómo sembrar en ese nuevo ambiente, manejando y sembrando cultivos en presencia de rastrojo, y cómo controlar a las nuevas malezas. Estos interrogantes abrieron paso a explorar y relacionarse con actores en busca de ideas y soluciones. “Los sistemas que podían superar estos problemas, lograban un cultivo superior al obtenido con labranza”, expresó Romagnoli.

Los beneficios fueron más allá del uso eficiente del agua, con el tiempo se evidenciaron mejoras en el suelo, como aumentos en el tenor de materia orgánica y propiedades físicas, que aún hoy, después de treinta años, se ven reflejadas en cultivos increíbles.

La mejora continua que produjo el sistema de SD sobre estos suelos llevó a que se fueran ajustando decisiones para potenciar y dar saltos productivos importantes tanto en maíz, como soja y trigo: fertilización, genética, arreglo espacial, etc.

Desafíos 

En los sistemas en Siembra Directa las problemáticas son dinámicas. “Muchas veces se recurre a la remoción para resolver problemas de malezas o de capas compactadas. Muchos de estos problemas no son nuevos, y suelen tener que ver con malos manejos, a los que se llega por diferentes razones y según ciertas pautas empresariales, como por ejemplo las diferentes formas de tenencia de la tierra”, señaló German Fogante, socio Aapresid de Los Surgentes-Inriville.

“Ahí, el atajo de la labranza se toma ante la necesidad de sobrevivir en el negocio. Ante las coyunturas económicas, quienes alquilan tienen que mantenerse competitivos. Así, recurren a bajar los costos, por ejemplo evitando herbicidas”, explicó.

Pero «con estas decisiones no se llegará a un ambiente superador, porque en cada movimiento de suelo y cada pérdida de cobertura hay un estancamiento de la posibilidad de mejorar ese suelo, o un retroceso, por la pérdida de materia orgánica o una mayor compactación», aseguraron desde Aapresid.

Otro de los problemas detrás de la decisión de labrar es la compactación. Fogante fue categórico: “La capa compactada no se produce por no labrar el suelo, sino justamente lo contrario. En el campo queremos un suelo esponjoso. No vamos a encontrarlo en el camino o en la huella, sino en los lotes o banquinas donde crece el pasto y hay cobertura», indicó. Y agregó: «En ese suelo poroso hay más aire, más capacidad de retener agua, más espacios para la exploración de raíces, mayor cantidad de recursos y, por tanto, mayor productividad”.

Por eso, si lo que se busca es descompactar, generar poros, no hay que recurrir a procesos mecánicos, sino biológicos. Allí está el desafío: «Requiere invertir en inteligencia, en crear un cultivo, crear las condiciones para que las plantas y microorganismos se desarrollen. Son dos caminos diferentes, y sin dudas, las intervenciones mecánicas son atajos de corto plazo», remarcaron los jóvenes de Aapresid.

En lotes que vienen de 30 años de SD, se comprobaron mejoras en los primeros 5 o 10 cm del suelo con acumulado de materia orgánica, microorganismos, raíces en descomposición, reciclado de nutrientes, etc. Por eso, ante una huella o un problema de malezas, la respuesta es: más siembra directa, más cultivos de servicios, mejor manejo del espaciamiento dentro del cultivo, fecha de siembra, densidad, rotaciones intensas y diversas, cultivos alternativos, nutrición balanceada, enumeraron en el encuentro.

Los jóvenes aseguraron que «no hay una salida mejor que esta». La recomendación es buscar soluciones sin salirse del sistema de SD. “Pensar en la roturación como una solución eventual para «rápidamente volver a la directa» no es el camino, es un daño que ya está hecho”, afirmaron los pioneros del sistema de producción.