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Si el plan tiene éxito, lo que sucedió el jueves pasado al mediodía en un enorme feedlot de Saladillo llamado Transcom SA, podría quedar como un hito en la larga historia de la producción de carnes en la Argentina.

Es que allí se dieron cita un grupo más que importante de empresarios dedicados a la cría de cerdos y la producción de carne porcina, algunos de ellos tan poderosos que llegaron al lugar en sus propios aviones particulares. Frente a ellos se sentó como interlocutor del gobierno el secretario de Agricultura, Juan José Bahillo.

Lo que se discutió allí tiene que ver con tratar de dar vuelta la página y dejar atrás el capítulo de las “mega granjas chinas”, que tanto confundieron a la opinión pública sobre la actividad, para comenzar a desplegar un plan ordenado entre el Estado y ese sector productivo que permita el crecimiento de la producción de carne porcina, pero en manos argentinas.

“Casi todas las empresas del sector tenemos planes de expansión y crecimiento”, reveló Antonio Riccillo, el anfitrión de sus colegas. Además del feedlt de Saladillo, Riccillo forma parte de un grupo que tiene grandes criaderos de pollos y cerdos en la zona de General Alvear, y hasta invirtió en un enorme biodigestor que genera electricidad a partir de los residuos de esos procesos ganaderos. Fue él quien había convocado a esta cumbre empresaria. El ex ministro Julián Domínguez había aceptado tener este encuentro de inmediato, pero en el medio se produjo su alejamiento del gobierno. Tras el recambio, el nuevo secretario Bahillo tomó la posta en representación del nuevo ministro Sergio Massa.

¿Y cuál es la idea de estos empresarios? Tratar de convencer a los funcionarios de que la Argentina tiene una enorme posibilidad de generar riqueza e impuestos si adopta ciertas decisiones para potenciar su producción de carne porcina, que actualmente se ubica en unas 800 mil toneladas anuales, bastante atrás de la producción de pollos, de 2,2 millones de toneladas; y de carne vacuna, que ronda las 3 millones de toneladas.

“La reunión se hizo con el objetivo de conocer la actualidad del sector y proyectar un crecimiento de la producción de carne porcina”, indicó Riccillo, quien está convencido de que el país puede desarrollar mucho más este sector productivo, que es uno de los que mejores conversiones ofrece a la hora de transformar la producción de maíz y otros granos en proteínas animales.

Lo que le plantearon con claridad los empresarios a Bahillo es que la cadena de producción porcina debería ser considerada por el gobierno como “socia estratégica” de la carne vacuna, que domina históricamente en las preferencias de los argentinos y aporta unos 50 kilos anuales por habitante y por año a la canasta de consumo, algo pro encima de la avícola (47 kilos anuales) y bastante más arriba que la porcina (16 kilos).

Los socios de la Asociación de Productores Porcinos (AAPP) creen que con una serie de estímulos (o mejor dicho, sin que nada se les ponga enfrente bloqueando el camino) la oferta de carne de cerdo podría seguir creciendo como en los últimos 20 años, ya que a principios de 2000 se consumían tan solo 8 kilos por habitante y año (la mitad que ahora) y se podría elevar hasta por los menos 26 kilos anuales per cápita.

El acento de los empresarios no es poner el foco en la exportación (el comercio mundial de carne porcina está manejado por colosos como China, Brasil o Estados Unidos) sino en el mayor consumo interno de este alimento, para reemplazar paulatinamente la ingesta de carne vacuna y liberar así mayore sotcks de bifes vacuno, que sí tienen más facilidad para ser colocados en el exterior. “A mayor producción de cerdo más volumen vacunó para exportar”, es el razonamiento.

Actualmente, y desde mayo de 2021, la Argentina impone restricciones a sus exportaciones de carne vacuna, que se exporta por unas 800 mil toneladas, cuando largamente los envíos podrían haber superado ya el millón de toneladas. El lucro cesante de esa decisión en enorme.

¿Y qué le pidieron los empresarios al gobierno? Básicamente reglas de juego clara, que deje de coquetear con la idea de las megagranjas chinas (un proyecto que quedó absolutamente cajoneado en la Cancillería) y que corrija algunas distorsiones actuales en el negocio, como “las anomalías impositivas que afectan las inversiones y las retenciones que sufren las exportaciones de carnes y menudencias”.

A cambio la cadena promete una mayor industrialización de maíz, ya que actualmente la producción porcina utiliza unas 2,5 millones de toneladas sobre una cosecha cercana a 50 millones, y la creación de trabajo en toda la geografía nacional”.