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Mientras que en el mundo civilizado si hay algo que sobra son divisas –producto de la súper emisión pandémica que ahora está generando una elevada inflación–, en la Argentina ese recurso es escaso debido a políticas económicas inadecuadas.

En ese marco, el nuevo “deporte nacional” consiste en estudiar cuáles son los sectores que necesitan divisas para establecer un ranking de “merecedores” y “no merecedores” de las mismas.

“Temporarias o no. Justificadas por la capacidad ociosa de las plantas de crushing o no. No es admisible que el ‘top 3’ de los productos más importados lo tenga nuestra principal fuente de producción y exportación: el poroto de soja. ¡Tenemos otras prioridades frente a la falta de reservas!”, aseguró hoy en redes sociales Antonio Aracre, CEO de Syngenta Latinoamérica Sur.

A priori el argumento parece razonable: si la Argentina es un gran productor de soja, ¿cuál es la necesidad de importar el poroto? Sin embargo, como muchas cosas en la vida, cuando se analiza con criterio el asunto es posible advertir que tal afirmación no es correcta porque la importación de soja, además de necesaria, representa un gran negocio para el país.

Para comprender el tema de manera integral la referencia obligada es un trabajo elaborado por la Gerencia de Estudios de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, el cual, con gran detalle, explica que el régimen de admisión temporaria de soja importada –que tiene ese nombre porque sólo puede ingresar para ser procesada y luego exportada como harina, aceite o biodiésel– permite una mayor utilización de la capacidad instalada local en los meses de menor oferta de soja en Argentina, de manera tal de aprovechar la complementariedad con las regiones productoras de soja de Brasil, Paraguay y Bolivia.

También posibilita el sostenimiento de la molienda en campañas en donde la producción de soja argentina se ve afectada negativamente por eventos climáticos adversos, además de mejorar la calidad de la harina de soja argentina, dado que el poroto producido en Paraguay, Brasil y Bolivia cuenta con un mayor tenor proteico que el elaborado en la Argentina.

De no complementarse con soja de mayor proteína, esta situación generaría pérdida de mercados y descuentos sobre el precio de exportación de la harina por no cumplir con los estándares de comercialización internacionales y ofrecer calidades inferiores a la de otros competidores.

Como la eficiencia de una industria se incrementa a medida que se aprovecha de manera continua la capacidad instalada, la posibilidad de contar con mercadería de manera constante es vital para asegurar la viabilidad del sector oleaginoso.

Pero, más allá de los factores estructurales, existe una cuestión clave: en el actual escenario económico global se generan muchas más divisas exportando harina y aceite de soja que poroto, razón por la cual los embarques brasileños de los productos industrializados vienen creciendo de manera significativa en los últimos años.

Por otra parte, los flujos comerciales de entrada y salida de commodities agropecuarios son habituales en todas las naciones productoras de los mismos y nadie se escandaliza por eso.

Brasil, por ejemplo, uno de los mayores exportadores mundiales de maíz, en el ciclo 2020/21 importó más de 3,0 millones de toneladas de ese cereal (en su mayor parte proveniente de la Argentina), mientras que en la presente campaña 2021/22 se proyecta que comprará 1,90 millones de toneladas.