Con la medida se generaron ventas que aliviaron las reservas del Banco Central, pero se afectaron los alquileres y los costos de producción de la avicultura y las granjas porcinas, entre otros sectores
El llamado “Dólar Soja” que nació semanas atrás generó una sensación de alivio para la economía. La inflación, la escasez de dólares, las trabas a las importaciones y los dolores de cabeza para exportar generan un descalabro macroeconómico tal que, cuando aparece una medida como esta, solo se habla sobre su impacto inmediato, sin pensar tanto en consecuencias de segundo o tercer orden.
Y es que la medida solo estará vigente 25 días. Después de eso, nadie sabe qué va a pasar. Cuando el locutor dice en la radio: “¡Apúrate! Es por tiempo limitado” y, al final de las publicidades el éxito de ventas está casi garantizado.
Como era de esperarse, la medida fue exitosa en términos de recaudación. Las retenciones también son calculadas en base al tipo de cambio así que en su semana de estreno las arcas del Estado ya están sintiendo el alivio fiscal.
Pero esto no va a alcanzar para generar optimismo en el productor ¿Qué va a pasar el primero de octubre? ¿Qué pasa con el resto de los granos? ¿Y los insumos? ¿Y las carnes y otras economías regionales? Todo es incertidumbre. Para el largo plazo no hay nada más devastador.
Dicho eso, quisiera mencionar algunos desequilibrios adicionales que la medida va a generar en el corto plazo. Creo que en general todavía no se habló de nuevas distorsiones intra cadena agroindustrial que sin duda van a tener impacto. Como una gota que cae en el agua, analicemos las olas expansivas de esta medida.
Primera ola: aumentos en los costos de producción. En la Argentina, una de las formas de producción más difundida es mediante la figura del arrendamiento. Y en su mayoría, los precios están fijados en referencia al precio de la soja. Ante este incremento, sube el valor del alquiler y aumentan los costos.
Segunda ola: distorsiones de abastecimiento. La soja es uno de los principales insumos para frigoríficos, sobre todo los avícolas y porcinos (comúnmente llamados “consumos”). Para ellos, los productores son aliados estratégicos y les pagan un mejor precio por la soja que un acopio, porque necesitan la certeza de que van a tener stock de granos. Si no lo tienen, no pueden producir alimento y los animales se mueren. Si los productores se ven tentados a desabastecer los frigoríficos por una medida temporaria se puede generar un fuerte inconveniente en el abastecimiento de los consumos.
Tercera ola: el impacto en nuestro bolsillo. La soja llega a las góndolas de nuestros supermercados en forma de proteína animal, vegetal y otros productos. Para la industria alimenticia, la soja es un insumo que forma parte de la estructura de costos y, un cambio en su precio será trasladado al consumidor.
En la industria avícola, por ejemplo, donde el expeller de soja es un insumo clave, el aumento se trasladará al precio de la carne y los huevos que consumimos. Y bien sabemos que la suba de precios en la Argentina es lo único que no es transitorio. Todo pasa, menos la inflación.
La soja no está aislada del resto de la economía. Está íntimamente ligada con toda la cadena: la cría de ganados y carnes, el transporte, la leche, los frigoríficos, el comercio mayorista y minorista y más. Por eso creo que vale la pena mirar el impacto de esta medida en toda la cadena y no solo la corrida exportadora y sus consecuencias para el Banco Central.