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La Nación – Buenos Aires – CABA – 08-07-2020 Desde fines del siglo XIX hasta entrada la década del 30, la Argentina y Australia parecían compartir destinos. Las dos con territorios extensos, baja densidad poblacional y una tierra fértil para la producción agrícola y explotación minera. Eran épocas donde la evolución de nuestro PBI per cápita, mano a mano con el de Australia, superaba al de las potencias europeas . Sin embargo, las condiciones que impulsaban el crecimiento mundial cambiaron. Para adecuarse, ambas naciones fijaron distintos rumbos. Hoy, producto de decisiones erróneas tomadas durante el trayecto, un trabajador promedio en Australia produce casi un 150% más que en nuestro país.

Diversos motivos explican nuestra actual situación. Golpes de Estado, inestabilidad macroeconómica, políticos carentes de ideas modernas y el poco respeto a las instituciones y a la palabra dada. Recordemos el plan Bonex en 1989 y el corralito de 2001, aquel que nos dijo: «el que depositó dólares recibirá dólares». Ambos condujeron a la expropiación de los ahorros privados. El caso Vicentin refleja en parte lo dicho. Se argumentó que al expropiar la cerealera se evitaría su extranjerización y que así los dólares terminen en destinos «poco patrios». Lo paradójico es que las fugas de divisas son en general lideradas por propios argentinos que buscan mantener sus ahorros lejos del alcance del Estado. El temor a ser expropiados juega siempre su partida. Asimismo, se nos contó que al controlar parte del ingreso de dólares de las exportaciones se buscaba estabilizar el mercado de cambios. Tristemente, lo que nadie nos dice son las necesidades de inversión que tiene el país en sectores que emplean tecnología de punta, aquellos que aportarían mayor valor agregado y que a la larga generarán un mayor volumen de divisas y tranquilidad cambiaria. De alguna manera, lo ocurrido es síntoma de un país anclado a un modelo productivo más propio del XIX.

Mientras tanto Australia, a pesar de ser un gran productor de materia prima, como nosotros, apostó a exportar servicios más alineados a la tercera y cuarta revoluciones industriales. Un ejemplo sería su sector educativo. La producción de capital humano acorde a una economía moderna, ha convertido a la universidad australiana en el tercer sector exportador del país . Un total de casi U$18.000 millones de dólares anuales son generados de manera directa a través del cobro de aranceles e indirectamente a partir del gasto de alumnos extranjeros en su territorio. Paradójicamente, unas cuatro veces la facturación del grupo Vicentin.

Consecuencia de un trabajo que tuvo como objetivo ubicar sus universidades en la mira mundial, Australia se transformó en el país que más estudiantes universitarios extranjeros recibe en relación a su población. Más de 500.00 alumnos de otros países estudian en sus casas de estudios superiores. En la Argentina, menos de 10.000. Para el país oceánico, la política conjunta entre universidad y Estado ha sido decisiva, este último como custodio de la calidad de sus casas de estudio, factor fundamental a la hora de atraer estudiantes de todo el mundo. Hoy, siete universidades australianas se ubican entre las 100 mejores del mundo según el Academic Ranking of World Universities . La UBA, nuestra perla, por debajo de las primeras 200. En definitiva, los aires expropiadores que rondan el país no solo son producto de nuestra falta de imaginación a la hora de obtener los tan ansiados dólares, son también consecuencia de creer en la falacia que sin intermitencia nos repite: «con una buena cosecha nos salvamos todos».

Profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno, Universidad Torcuato Di Tella
Por: Marcelo Rabossi