Seleccionar página

Con Gustavo Idígoras, el presidente de la poderosa Cámara de la Industria Aceitera y de su media hermana Centro de Exportadores de Cereales (Ciara-Cec), tenemos más o menos la misma edad: medio siglo sobre la espalda. Ambos ingresamos a la adultez cuando el país recuperaba la democracia. Y ambos vivimos desde entonces una interminable cantidad de crisis políticas y económicas. Somos parte de una generación frustrada.

Ninguno de los dos nació con la vida asegurada: no heredamos campo ni nada por el estilo. Pero Gustavo, por cierto, se esforzó bastante más que yo, que soy un simple periodista agropecuario que sabe un poco de todo pero nunca ha estudiado nada demasiado en serio. Él, en cambio, se formó en ciencias políticas con la esperanza de ser diplomático. Luego, en 1993, cuando yo empezaba a cobrar un salario como periodista, pegó una beca en la ex Secretaría de Agricultura, donde había un área de política internacional.

Su vacaciones en la infancia en San Pedro, en la casa de familiares agropecuarios, quizás lo marcó a fuego y le ordenó quedarse dentro de este territorio que la mayoría desprecia. Idígoras trabajó en el Estado largos 16 años, casi tantos como los que yo estuve redactando noticias para Clarín. Llegó a ser el agregado agrícola ante la Unión Europea, con residencia en Bruselas, mientras que yo tomaba todos los días el subte C repleto de gente mucho más frustrada que nosotros dos.

En este paralelismo imperfecto, entrevisté muchas veces a Gustavo en su carácter de funcionario público o ya en el sector privado luego de que volvió al país. Debo confesar que tomé algo más de distancia cuando asumió la representación de los intereses de las empresas más poderosas (los socios de Ciara-Cec explican 1 de cada 3/4 dólares de los que genera la Argentina por exportaciones). Suelo desconfiar de las grandes cerealeras en este periodismo agropecuario que practico, siempre más proclive a defender a los eslabones más débiles de la cadena agrícola, que para mi son los productores.

En las últimas horas, de todos modos, tuve la necesidad de volver a entrevistar largo y tendido a Gustavo Idígoras, ya que desde su posición actual está teniendo un rol protagónico en la conformación del Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) y en las negociaciones con el gobierno peronista -reuniones incluidas con Alberto Fernández y Cristina Kirchner- para redactar una ley de fomento a las exportaciones agropecuarias y el agregado de valor de nuestras materias primas.

Mi objetivo principal era escudriñar si estamos frente a un intento serio de reconciliación entre el sector productivo y la política. Si esta propuesta del CAA es un proceso viable, diferente a la etapa de confrontación y de guerra fría que ya lleva una década y media, y que está matando de inanición a muchas actividades agropecuarias. Quería preguntar por qué razón los productores deberían confiar y bajar la guardia. Quería saber si no hay aquí una artimaña escondida para restablecer el diferencial de retenciones a favor de la industria aceitera.

Quería además, escuchando a uno de los actores principales de esta saga, provocando sus reacciones y disparando preguntas sin filtro, determinar si por el contrario no nos estamos aproximando a una nueva gran frustración. Una más de las que este país nos tiene tan acostumbrados a los que cargamos 50 años sobre el lomo.

No voy a desgrabar ni una coma de esta entrevista a Gustavo Idígoras. Si quieren la pueden mirar a continuación:

Solo les diré que en cierto tramo de la entrevista Idígoras me recordó que alguna vez hasta compartimos un partido de fútbol. Como zaguero aguerrido que soy, pensé si en aquel momento no le habré pateado los tobillos., Suelo hacerlo con frecuencia, de entrada, para marcar a mis rivales los límites de mi territorio dentro de la cancha: Acá mando yo, bien de argentinos. El presidente de las grandes agroexportadoras debería recordar mi patada certera y disciplinadora.

Pero después reflexioné mejor sobre aquella situación. También puede haber sucedido que ese día Gustavo y yo jugáramos en el mismo equipo.